
Esperando que salga el tren de Granada a San Fernando, por orden Ester, María Isabel y Tomás Medina con la abuela Maruja y al fondo la madre.
A menudo la intensidad de la vida no la percibimos hasta dar por terminado el momento preciso. La belleza de lo cotidiano y los pequeños detalles son los que dan alas, como esta despedida en familia de la abuela en la estación de tren de Granada en 1999. Una sola foto recuerda todas las que dejamos de hacer. Pero basta una sola para detenerse y contemplar un instante que recuerda un viaje ligero de equipaje y la lectura como espera.
Leer periódicos en papel se ha convertido poco más que en una heroicidad, al tiempo que estos se esfuman en los bares y acompañado por nuestro pésame lloramos el duelo por los kioscos desaparecidos. En la cafetería de mi centro de trabajo en la universidad el desayuno ya no es lo que era porque tampoco hay ya un periódico que pueda leer mientras tomo el café. Era un momento delicioso para dialogar con los estudiantes, debatir y discutir al tiempo que se convertía en un referente del amor a la lectura. Cierto que lamentarse no es el camino y tampoco pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
La educación se vale de cualquier resquicio para florecer cuando la lectura acompaña. Leer el mundo se vale de muchos recursos. Los medios van cambiando pero no la necesidad. Caducan las fechas de los procesos de transformación y se crean nuevas realidades. Esa caducidad tiene que ver con nuestra condición mortal pero con el fin de la historia. Tenemos que aprender a ir ajustando con dinamismo para no romper con el hilo generacional. Conservar entre lo antiguo y lo nuevo las razones para la esperanza. Como dice Hanna Arendt en Crisis de la educación (1958):
“Educamos, esencialmente, a seres mortales por lo que siempre nos encontramos ante un mundo marcado por la mortalidad; vivimos en un mundo que se convierte por un tiempo limitado en nuestro hogar.
La vulnerabilidad del mundo es también la vulnerabilidad de sus habitantes que con sus permanentes cambios se va deteriorando: el mundo corre el peligro de ser tan frágil como las personas que lo habitan. Proteger el mundo pasa porque sus habitantes se vayan adaptando continuamente a esos cambios. La cuestión es si educamos de manera que exista siquiera esa posibilidad de ir ajustando, aunque eso nunca pueda ser garantizado de antemano.
Educar es introducir la novedad en el viejo mundo, que por muy revolucionario que se crea, siempre está caduco y deteriorado respecto a la generación siguiente. Esa esperanza se reduce si lo estropeamos con el afán de los viejos en controlar la realización de la novedad”1 .
Siempre hay momentos de espera, a veces planificados y otros sobrevenidos. Ojalá nos pillen ligeros de equipaje porque crece la disponibilidad y la libertad. La lectura como espera no es rellenar el tiempo es vivir el tiempo que tenemos prestado, siempre atentos para no perder detalle. Auscultamos el latido del mundo que habitamos aquí y ahora en 2025. A odres viejos vino nuevo.
Mª Isabel Rodríguez Peralta. Granada, a 20 de julio de 2025.
- Hanna Arendt ‘Kriese der Erziehung’ (1958), traducción propia. ↩︎
desprende un hermoso aroma a sensibilidad por la lectura compartida. Gracias
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Un relato sencillo y bello y una foto preciosa .La familia lee mientras la abuela espera que llegue su tren.Es muy gratificante contemplarla.
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Muy bonita reflexión a raíz de una bella foto.
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Casi huelo el momento en el que se tomó esa foto. Olor a despedida, a tren, a cafetería de estación. Y cómo no, olor a periódico. Que nunca nos falten esos momentos de lectura, individual y colectiva, en silencio o en voz alta. Gracias por recordarlo, mamá.
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Una bonita reflexión que me invita a pensar, ¿La sociedad va por buen camino? Y es que está claro que la gente está perdiendo la capacidad de enfocar su atención en algo y prefieren disfrutar de lo efímero.
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