Conmocionados aún por un atentado terrorista en España nos informan de que tres de los terroristas son menores de edad; a la vez en el Mediterráneo un puñado de jóvenes se juegan la vida rescatando inmigrantes que huyen del hambre y la pobreza. Releo a Jacinto Martín que planteaba ya al inicio de los años 60 los peligros de una juventud estéril, una juventud que puede ser amenaza o esperanza, y los riesgos de una juventud asesinada, agredida.
Sin rasgarnos las vestiduras, todos estamos expuestos a la radicalización de la violencia y al fundamentalismo. El adoctrinamiento no encuentra resistencia cuando no se le ofrece a la juventud un ideal de vida y el odio planificado campa a sus anchas como estrategia bélica.
La pregunta clave es: ¿quién es responsable de que la juventud sea como es?, ¿quién es el responsable de que estos jóvenes se frustren o granen?, ¿quién es el responsable de que se presenten como una esperanza o, por el contrario, como un peligro?
Una conciencia no formada, sin referencias morales al bien común constituye una amenaza que se manifiesta en la cultura de la violencia y subversión. Sin embargo el desarrollo de una conciencia crítica constituye un motor, una fuerza, un cauce para transformar la energía vital en una propuesta cultural a favor de la vida.
En una sociedad fuertemente globalizada hay que entender que plantear la solidaridad lleva en sí el germen de la universalidad; no conoce fronteras. Sólo así la educación adquiere su sentido pleno de realización humana tanto personal como social.
En este sentido urge un cambio de rumbo en la tarea educativa por la justicia, que pasa por no poner límites a los maestros, educadores y docentes. La fuerza del amor que todos llevamos en el corazón requiere necesariamente en paralelo la fuerza del odio. Junto al discernimiento del mal hay que educar la capacidad de odiarlo.
Todo eso está dentro de una tarea apremiante: educar para la paz por la vía de la mansedumbre y la noviolencia. No es fácil pero es necesario. Lo más importante es caer en la cuenta que la pedagogía de la conciencia se alimenta de la esperanza y el entusiasmo.
Mª Isabel Rodríguez Peralta 23/08/2017